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El centenario del nacimiento del peregrino de la Libertad, Karol Wojtyła

Quién habría pensado que un día 18 de mayo de 1920, en el pequeño pueblo de Wadowice ubicado en Polonia, nacería una persona que cambiaría el curso de la historia, el carismático Karol Wojtyła o San Juan Pablo II para los católicos.

Considerado por sus biógrafos y analistas como liberador del totalitarismo comunista pos Segunda Guerra Mundial, su trayectoria estuvo marcada como un ícono de la batalla contra las ideologías totalitarias y el marxismo, que en sus palabras representaban las “ideologías del mal”. Polonia, un país de profunda identidad católica, se mantuvo en fe pese a la ocupación nazi y soviética, donde dichos totalitarismos intentaron acabar con la libertad religiosa. Lo que poco se habla es que a Polonia nunca le llegó la libertad ni las alegrías de la celebración del fin de la II Guerra Mundial, para ellos la guerra se perdió dos veces. Pocos recuerdan la masacre de Katyn en 1940 por parte del ejército de Stalin, donde hubo asesinatos en masa a más de 21.000 militares, oficiales de ejército, intelectuales, policías y civiles polacos, y posteriormente —para mayor sorpresa— mientras occidente celebraba el fin del totalitarismo nacionalsocialista, más de 200.000 polacos morían. Se estima que al menos un 20 % de los sacerdotes, y también intelectuales fueron también asesinados o deportados, tanto por las SS nazi como el NKVD soviético posteriormente.

El padecimiento polaco sufrido por parte de los regímenes totalitarios probablemente explica el fuerte apego a la fe que más tarde el joven Karol logra guiar y orientar bajo la luz de Dios. Según comentan sus biógrafos, partió trabajando con jóvenes y parejas casadas en la clandestinidad —dadas la anulación de las libertades religiosas— y siempre pensó en el futuro construido con los jóvenes, que más tarde gestaría esta revolución de la conciencia, convencido que la persona humana estaba hecho por Dios para la libertad, y dicha libertad es un reto moral y personal.

El 2 de junio de 1979 se convierte en el primer Papa que pisa el territorio comunista, y en un memorable discurso, renació la esperanza por la libertad de todo un continente: «Y yo grito, yo que soy un hijo de la tierra de Polonia (…) Grito desde todas las profundidades de este milenio, grito en la vigilia de Pentecostés (…) ¡que tu Espíritu descienda! Y que renueve la faz de la tierra, la faz de este país». Su visita no estuvo exenta de polémicas y tensiones con el comunismo continental, se estima que pronunció más de 50 discursos en tan solo 9 días de junio 1979, sin alusiones políticas, ni sobre la desastrosa economía soviética, sino que apelando a la fe, una fuerza que ningún totalitarismo puede igualar, y que hoy en pleno 2020 hemos olvidado.

Para aprender de historia sobre occidente es necesario ver también la importancia que ha tenido la fe en la derrota a los totalitarismos. La trayectoria de su mandato papal dio origen a la resistencia y a levantamientos por la libertad religiosa —y luego libertad política— no solo en Polonia, sino también en los países bálticos (Estonia, Letonia, Lituania), Checoslovaquia, Hungría, Ucrania, entre otros. Según comenta el Arzobispo de Vilnius, Gintaras Grušas, el pueblo lituano se enteró sobre las actividades del Papa en Polonia cuando comenzaron a mover las antenas de televisión, y lograban captar la señal que cubría su visita.
El resguardo personal de la fe —como refugio ante la opresión totalitaria— llevó al surgimiento de nuevos e importantes liderazgos en el continente europeo, figuras como Lech Walesa, Václav Havel, Lennart Meri, Anatolijs Gorbunovs, Vytautas Landsbergis, etcétera. En palabras de Landsbergis «Juan Pablo II era fuente de una creencia tan poderosa, que todos se dieron cuenta que el poder comunista no es absoluto», mientras un muro humano de dos millones de personas se tomaba de las manos entre las tres repúblicas bálticas para clamar libertad en el potente hito bautizado como la Cadena Báltica, iniciada en la piedra Stebuklas, frente a la Catedral de Vilnius un 23 de agosto de 1989, y que pasó por la capital lituana, Riga (Letonia) y Tallinn (Estonia).

En definitiva, el comunismo no dimensionó el poder transformador de la fe, y sin derramamiento de sangre se logró devolver la dignidad humana a un continente, tras ese medio siglo de comunismo que no te enseñaron en la escuela, y que dejó al Papa peregrino como el liberador de un continente.

Andrés Barrientos Cárdenas
Fundación Ciudadano Austral