La crisis moral de la República
Comparando con épocas anteriores, es imposible no reconocer el enorme avance de Chile frente a los países vecinos, pero los problemas que en ese entonces eran inquietud para la sociedad se manifiestan de la misma forma hoy en día, ya que por el año 1895 se incurría algunos errores al aplicar el Censo, el cual se consideró incompleto y defectuoso. Problema no muy distinto al vivido hace unos años, al igual que los delitos que en esos años se dispararon creando una inseguridad inusitada, en donde los propietarios rurales vendían sus tierras a precios ínfimos por la falta de seguridad de sus bienes, situación que hoy padecen sectores en la región de la Araucanía.
Por otro lado, en aquellos años ya era un problema la educación, la cual había crecido enormemente, pero no cumplía con los estándares propios que habían tenido generaciones anteriores de ilustres hombres, problema que tenia trascendencia para el progreso de una sociedad, pues no se crearía un espíritu de energía para el trabajo y espíritu de emprendimiento, por lo cual no es novedad que los grandes empresarios chilenos sean inmigrantes o hijos de inmigrantes llegados a Chile.
En dichos años la producción no aumentaba si no fuera por el salitre, lo mismo que ocurre actualmente con la alta dependencia del cobre. Aquí es donde me detengo ante la pregunta de don Enrique Mac-Iver, a que se debía ese debilitamiento institucional, si era por la crisis economía, si era por la extensión del territorio, si era la raza y llega a la misma conclusión o diagnóstico de la actualidad. Hay un tema de moralidad publica o la inmensa inmoralidad pública, ya que en esos años existía una obsesión política partidista (estado como botín) no muy distinta a la que vivimos hace varios años, prácticamente institucionalizado en gobiernos de la Concertación o Nueva Mayoría. Inmoralidad que queda de manifiesto en el no cumplimiento de las obligaciones por parte de los poderes públicos y los magistrados en el completo desempeño de la función que se les atribuye, el nombramiento y ejercicio de cargos teniendo a la vista el fin público y no el pago de favores políticos en donde no necesariamente ingresan los más idóneos.
Don Enrique habló de la eficacia y el vigor de la función del Estado, y en ese mismo discurso señaló: “La historia juzgará”. Y bien que ha juzgado, y no ha cambiado. Finalmente, no puedo terminar sin replicar con la frase que concluye su discurso: «tengo fe en los destinos de mi país i confió en que las virtudes publicas que lo engrandecieron volverán a brillar con su antiguo esplendor”. Chile espera.