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¿Qué pasará con Chile? — Andrés Barrientos Cárdenas

Durante los años 90s, las vivencias comunes de los niños de regiones y también de los capitalinos era jugar en los barrios, extender los horarios escolares para compartir con amistades o simplemente tomar un balón y armar una cancha en “el pasaje” hasta que caiga la noche. Una época en la cual se consolidaba una democracia restaurada y la infancia era desarrollada de manera sana y con cierto grado de ingenuidad, pero a la larga, sana. Esos instantes, si recuerdan los lectores, evocan cierta nostalgia y también una profunda valoración por el esfuerzo que nuestros padres daban para mantener la familia cohesionada y con los sueños vivos.

Habíamos dado un paso como país, ya no era necesario fabricar juguetes propios en los talleres del campo, como lo hicieron nuestros abuelos y muchos de nuestros padres, ya que ahora podemos acceder a ellos a precios razonables en los más diversos locales en el mismo barrio o en lugares más céntricos, así se iba forjando una nueva generación. 

Fueron pasando los años entre la asistencia diaria a clases, una que otra pasada al pizarrón y las salidas a la plaza a jugar, entre muchas otras actividades más. Mientras nuestro sur austral iba incorporándose progresivamente al territorio chileno, mejorando su conexión con el continente ¿Quién pensaría en esos años que en dos o tres horas y fracción podríamos visitar a nuestros familiares que se encuentran en la capital del país o en otro lugar de esta larga y angosta morada?

Hay personas que han olvidado hacer un análisis que valore lo nuestro, nuestra identidad, libertad y cómo nos hemos desarrollado como región, palpable en perspectiva por donde se le mire, pero, así como la pobreza extrema lamentablemente no ha desaparecido en gran parte por la falta de focalización de los recursos, falta de diversidad en empleos, y la imposibilidad de planificar cada una de las aspiraciones humanas. Existe una de las mayores pobrezas que se ha instalado en forma radical, y que hoy atañe transversalmente nuestra sociedad, me refiero a la pobreza de la violencia. Los acontecimientos de los últimos años, el aumento de la delincuencia, los hechos gravísimos de atentados terroristas, la insurrección de octubre de 2019 –y la indolencia del Estado- , han permitido que la violencia se establezca como método de satisfacer demandas de toda índole, sumado a la intolerancia al fracaso inculcado por las masas, y la nueva profesión de agitadores sociales que pululan en el poder político y en cuerpos intermedios, terminan por desconocer y olvidar todas las buenas prácticas de nuestros progenitores que configuran la civilización occidental como la conocíamos.

De este modo, con total vigencia podemos recordar la sabia frase de nuestro nobel de literatura Gabriela Mistral, y cito: “la humanidad es todavía algo que hay que humanizar”.

Estamos en tiempos convulsionados, y occidente está amenazado. Es hoy donde debemos despertar, no para ser una mera reacción, sino para que podamos develar el mal ideológico de aquellos que pretenden abolir la institucionalidad y que ignoran profundizar nuestra cultura del esfuerzo, basada en nuestro talento y en nuestras capacidades individuales. Los conceptos fundados en el legado de nuestros padres y abuelos forjadores de la República son indispensables para poder sobrevivir en el Chile gris que nos encontramos hoy y avancemos hacia un futuro esplendor.